Este post se escribe solo. De hecho, podía haberlo escrito hace tiempo, pues hace tiempo que el borrador corre por mi cabeza. Pero tenía muy claro que si este borrador pasaba alguna vez a mayores, sería tras una buena reflexión personal y con buenas dosis de paciencia. Espero estar a la altura de lo esperado. Allá va.
Siempre he defendido una movilidad sostenible. En una ciudad como Barcelona o Madrid es necesario un cambio en el modelo. Recuerdo la vez en la que estuve más de una hora de reloj para recorrer una distancia de 100 metros de la calle Rosselló en hora punta. Locura máxima. El transporte público va muy bien, pero en hora punta no hay quien aguante de pié con la cabeza enanchada al sobaco de un tipo cuya última ducha data del siglo pasado.
¿Es la bicicleta la respuesta a todos nuestros problemas? Francamente creo que no. Y no me malinterpretéis, es un medio de transporte limpio, efectivo, barato de mantener y muy en la línea healthy que está en boca de todos últimamente. El problema viene cuando intentas adaptar una ciudad que no está preparada para el ciclismo y le intentas “incular” las bicicletas sí o sí. Eso es un error.
Prueba de ello son las Glorias actuales. Debes armarte de valor si tu intención es intentar cruzar la Gran Via como peatón; a los coches, motos y tranvías ahora le tienes que añadir bicicletas, patines, patinetes y toda clase de chismes que te eximen de la ardua tarea de andar. Tampoco ayuda el hecho de que los carriles bici estén entrelazados con los pasos para peatones. Si vas a pié tienes que tener puestos los dos ojos, las dos orejas y parte de tus oraciones en llegar vivo al ileso al otro lado. Un despropósito para una ciudad que pretende fomentar un nivel de vida saludable.
… ¡pero es que si vas en coche es peor! Hay calles en Barcelona en las que para girar a la izquierda tienes que mirar no sólo a las bicis que te vienen en tu sentido por tu izquierda (¿?) ¡también a las que te vienen de frente en sentido contrario! Eso sin contar la impunidad con las que estas se encuentran, endiosadas por una política que claramente les favorece, no tienen el menor pudor en saltarse los semáforos en rojo y pasar por los pasos de cebra como si… bueno, como si les diese igual. ¿Y si el tráfico no les es favorable? ¡¿Qué más da?! Nos subimos a la acera y listos.
Y repito, no tengo nada en contra de este medio de transporte, pero forzarlo hasta este punto no creo que nos lleve nada más que disgustos. Todavía le queda un largo camino a Barcelona para llegar a ser bicycle friendly, y yo soy el primero con ganas de verlo, pero siguiendo el curso normal de las cosas y con una buena planificación urbanística, no a costa de lo que estamos viviendo ahora.